google.com, pub-3838220590989262, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Sólo La Biblia: ¿Miedo a la muerte?

¿Miedo a la muerte?


Por: Javier Juaréz
Juan. 11:17-26                                                                                       
Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.  Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.  Más también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.  Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Jesús resucita a Lázaro
Hace unos días estuve leyendo un periódico donde había  noticias que ya forman parte del “pan diario”. Noticias que nos hablan de gente  que ha  sido: secuestrada, mutilada o  asesinada. También había noticias de otras personas que perdieron la vida siendo atropelladas. Y, de igual manera,  obituarios anunciando decesos  por muerte “natural” y es aquí, en esta palabra,  donde me detengo. ¿Morir no es natural? ¿Acaso se muere alguien simplemente porque sí? Siempre hay una causa o razón del  por qué muere el ser vivo.

Hemos tenido la delicadeza de clasificar la forma de morir. 

Alguien muere viejito en su cama y decimos: “qué bonita muerte tuvo”. Alguien muere atropellado en la calle  o acribillado en un centro comercial y decimos: “que fea muerte tuvo”. La muerte es la muerte y es lo que debe captar nuestra atención, la forma de morir es lo de menos y es lo que más nos impacta.

Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos.  O bien puede suceder que sintiéndonos perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal. (Que te causa la muerte por supuesto, ya que todos los accidentes son fatales)  Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.  La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de lo que fue un humano... Sólo un cadáver inerte. 

El hombre, que es un ser viviente, se topa con la muerte, que es la contradicción de todo lo que un ser humano anhela: proyectos, futuro, esperanzas, ilusiones, perspectivas y magníficas realidades. En muchos casos luchamos por la vida aunque ésta sea un “verdadero infierno”. Le peleamos a la muerte un ser querido a costa de lo que sea, de vez en cuando hasta en contra de la voluntad del moribundo. ¡La vida es la vida! 

Gracias a los progresos de la ciencia y la tecnología, podemos ahora recurrir a métodos sensacionales en la lucha contra la muerte. Ejemplo formidable de ello es el trasplante de órganos, incluido el corazón.  

Por desgracia, en algunas ocasiones, esa lucha no es en realidad prolongación de la vida, sino de una dolorosa agonía sin sentido. Nos sentimos obligados a sacar del cuerpo del enfermo agonizante, hasta el último latido de un corazón que por sí solo se detendría, totalmente agotado. 

Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida. Después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.  A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos. 

No podernos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de la belleza del mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la inteligencia a los secretos que la materia encierra, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar bien un trabajo, ver el fruto de nuestros afanes, tener lo que llamamos "satisfactores" porque precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un buen libro, etc...  No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros parientes y amigos, nuestras posesiones, nuestros proyectos, son todo lo que tenemos y por lo que hemos trabajado toda la vida. Nos hemos gastado en ello, invirtiendo toda nuestra fuerza. 

Y por ello, corremos el riesgo de  no pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en nuestro tiempo, como si fuéramos inmortales. Hablar de Cielo o de Infierno hasta puede parecer ridículo. ¡Y sin embargo es, una cosa u otra, nuestro destino ineludible! 

Nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e importante como es la muerte y lo que sucede en el más allá. En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su Segunda Persona Divina, como Luz del Mundo.  En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que viéramos: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas"  Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace atisbar lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad.  Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno, haya querido compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la muerte.  Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a vencerla por nosotros y para nosotros. "Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio de la Cruz nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad  del hijo de Dios. 

En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras al momento de la muerte y su tremenda importancia. Le dio una cátedra  a los Saduceos, que ni creían en la otra vida. Ellos  le preguntaron maliciosamente de quién sería una mujer que había tenido siete maridos cuando ésta muriera, Jesús les contestó  

Lucas 20:34-38: 

Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento;  mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento.  Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven.

Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la resurrección de la carne: De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;  y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. (Jn.5:26-29)

Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna.  El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable. 

El gran San Pablo nos escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre." (II Cor.4:16-18)  Y no es que nos resignemos mansamente a lo inevitable. Es por el contrario la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por Dios.  Las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las enfermedades y achaques nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca. Pronto verás a Dios.

En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se  afirma nuestra  esperanza en la resurrección. Mientras toda imaginación fracasa, ante la muerte, Cristo  afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La muerte corporal, en Cristo está vencida. 

Es debido al cuerpo que sentimos algún temor; la corrupción, la tierra, y los gusanos son su herencia, y nos parece algo duro que estos ojos, que han visto la luz, se apaguen en el suelo; que estas manos, que han estado activas en el servicio de Dios, permanezcan quietas en la tumba; y que estas piernas, que han pisado el sendero del peregrino, sean incapaces de moverse más. 

Pero, ¡valor, mi hermano! Tu cuerpo se levantará otra vez. Podrá estar enterrado, pero la tierra no lo contendrá. La voz de la naturaleza, la “muerte natural” te ordena morir, pero la voz del Omnipotente, el “Dios sobrenatural” te ordena que vivas de nuevo. Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados:

"La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, a Cristo para encontrarlo, la eternidad para alabarlo".
"El estado de Muerte física nos permite llegar a Aquel que amamos".  


1 comentario:

  1. reciban muchas bendiciones, quiero aprovechar e invitarles ami blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
    COMPARTO MI TESTIMONIO DE SANIDAD DE CANCER INVASIVO PARA LA GLORIA DE DIOS.

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