Dios se complace en hacer uso de las Escrituras para penetrar el corazón y llevarnos a fe. Es cierto que la fe se adquiere al escuchar la Palabra de Dios. Hebreos 4:12-13 dice: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
La historia está repleta de anécdotas acerca de cómo grandes personalidades se convirtieron por medio del poder de la Palabra. Agustín, que llevaba una vida de pura inmoralidad, escuchó un día jugar a unos niños que gritaban el estribillo: "Talle Lege; Talle Lege", frase en latín que significa: "Álzala y léela". Al escuchar aquello, sus ojos se posaron sobre el texto de una Biblia abierta, donde decía: "Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Rom. 13:13-14). Al Agustín leer las palabras "...no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias...", sintió que la Palabra de Dios lo traspasaba y que el Espíritu de Dios le daba vida.
Siglos más tarde, Martín Lutero se despertó de manera similar. Lutero había luchado tenazmente contra la justicia de Dios, reconociendo que en ocasiones aborrecía el concepto en sí mismo. Entonces, mientras leía el comentario de Agustín de Romanos 1:17, Lutero vio de repente la verdad del evangelio: Que la justicia de Cristo es dada solo por la fe. Dicho despertar en Lutero inició la Reforma protestante.
El Libro de Romanos también jugó un papel decisivo en la conversión de Juan Wesley, El se encontraba en Aldersgate, en Londres, cuando escuchó un sermón acerca de Romanos y sintió que su corazón "se calentó de manera extraña". Wesley consideró que ese fue el momento de su conversión. Mi propia conversión fue precipitada por el poder penetrante de las Escrituras. Me encontraba conversando con un estudiante de último año en mi primera semana en la universidad. El fue la primera persona a quien conocí que hablara de su relación personal con Jesús. Conversamos acerca de temas generales. No hubo una presentación formal del evangelio, pero él habló de la trascendental sabiduría de la Biblia. Citó un pasaje más o menos oscuro de Eclesiastés: "y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará" (11:3b). Las palabras de dicho texto me impresionaron grandemente. De repente, me vi a mí mismo como al árbol: Inmóvil, tirado ahí y sencillamente pudriéndome. Vi mi vida como el árbol en descomposición: Llena de corrupción y descomponiéndose poco a poco. Con aquello en mente, me fui a mi habitación y sentí la necesidad de arrodillarme. Me arrodillé al lado de mi cama y rogué a Dios que me perdonara por mis pecados. Fue entonces que conocí a Cristo, quien me dio una nueva vida y levantó mi vida descompuesta del suelo del bosque. Creo que es probable que en toda la historia de la Iglesia Cristiana, yo haya sido la única persona que se haya convertido por ese versículo de Eclesiastés.
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